El miedo es demasiado terrible como para verlo de cerca. Ni qué decir, mirarlo a la cara. Y peor ¡verlo a los ojos! (Ya sabemos lo que sucedía al mirar a Medusa directamente).

Mejor esconderse, gritar o ¡correr! lo más lejos de él.

Ah, pero el miedo es astuto y siempre sabe dónde encontrarnos y, lo que lo hace más detestable, cómo sorprendernos. Creo que le resulta interesante ver que tan rápido nos escondemos, gritamos y corremos otra vez lejos de él.

A veces pienso que, quizás, una de sus fortalezas sea que no sepamos muy bien qué cara tiene (o sí sabemos pero no queremos ni recordar, ¿verdad?). Así, con aires de misterioso, sin rostro (o con uno en huida) ¿cómo podríamos atraparlo? Imposible. Si ni siquiera sabemos cómo es. Como si te dijeran "eh, traeme un poco de flogisto". Sí, dale, yendo.

Claro, para verlo bien hay que verlo de cerca y quién tiene tantas ganas de eso. Ya estamos demasiado grandes para semejante aventura.

Si fueramos niñ@s otra vez, si tuviéramos el valor que sólo ell@s tienen, podríamos intentar imaginarlo, hasta dibujarlo. Y así, sorprenderlo con un "ahí estas! Ya se cómo sos. Sé quién sos. Y sé cómo atraparte".

Es por eso que en "Juli no viaja en pulpo" decidimos dos cosas: la primera, nunca mostrar el rostro del pulpo. Cada quien carga sus propios miedos con sus propios rostros y así, de esta manera, pueden ponerle al pulpo la cara que le corresponde, que es una para cada persona que lo mira.

Y la segunda cosa que hicimos fue dejar, al final del libro, un espacio destinado a que dibujen allí su propio pulpo (su propio miedo).

Inmortalizarlo en un libro para que no escape jamás.

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